Me dejo caer y me reincorporo. Pienso para ordenarme.
Otra semana más que pasó muy rápido, y he llegado a un día clave. Tengo miedo
de equivocarme, aunque no sé cual sería el error, porque no sé lo que quiero y
todas las opciones podrían estar bien, y también mal. Más libertad para mi
vida, horror. Me desespero, me intento tranquilizar en el colectivo porque otra
vez estoy pensando demasiado.
Deja de pensar, deja de pensar, me saturo. Subo el
volumen de la música intentando callar las voces interiores y cierro los ojos
para concentrarme en que tengo que sentir, y no racionalizar.
La razón ahora debería ser solo una herramienta para mí.
Ahí, cuando estoy en un momento donde debo tomar algún tipo de decisión,
comenzaré con mis meticulosos y eternos cálculos mentales, para ayudarme,
porque de otra manera, me paralizan, me hacen sentir mal.
Estoy entendiendo un montón de cosas últimamente porque
hay una sucesión de fenómenos muy efectiva que me golpea continuamente. Porque
me dejo sentir, y luego es la sensación la que me lleva a pensar, y ese
pensamiento derivado de una emoción me resulta fructífero, me patea la
conciencia.
Es en las redes de mis pensamientos extensos, múltiples y
vuelteros que me pierdo. Que no me conecto con la realidad porque no la estoy
experimentando con los sentidos. El cerebro me domina y me enloquece. Todo
resulta ser mucho más agradable cuando no se está pensando.
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